lunes, 11 de septiembre de 2017

Mi micro-relato en el libro "AMOR CON HUMOR SE PAGA"

NADA HACE NADA
Por Ramón Acín.


Sí, es verdad, siempre berreé como un bestia. Y, sin duda, más allá del fingimiento. Pero esta vez, no creo que en el “me obligaste a fumar toda Jamaicaaaaaaaaaaaa” existiese algo más de lo que dice la frase. Se la grité al recordar a mi abuela que, para acallar y amilanar al abuelo, le espetaba el sonsonete de “me hiciste fumar Cuba entera y así nos fue”. Lo confieso con la mano en el corazón: una forma tonta que acabó con el galanteo de meses y que inició el desaguisado. Ése que alguien, con lucidez, redujo al “tú para villamala y él para villapeor”. Pero qué: Ni me siento culpable. Los capullos nunca dejan de serlo. Con ellos, no hay tela que cortar, acabado el apego, el odio es guía. Lo sé muy bien, porque, cuando lo nuestro agonizaba y yo miraba su cara, en el rictus, no miento, sólo evidenciaba un “vete a la mierda, imbécil” o “piérdete, puta viciosa”. Para él, coquetear, querer, convivir… eran sólo sexo. Nada de delicadeza: el escueto aquí pillo y aquí mato. O sea, la indiferencia envuelta con mentiras y solaz instantáneo. Y yo, como una cretina en celo, aguantando, creyéndome incluso prota de una inolvidable película romántica. Pues, donde habitaban las urgencias, creía ver sus miradas tórridas, donde, con apremio, sus manos deshollaban mi piel, sentía mil aludes de caricias, donde su furia por desovar, yo paladeaba ternura y amor. Así son las cosas en las gansadas del querer. Y más, cuando éste no abriga raíces. Lo confieso: aún me toca las narices aquel compartir lecho con un ausente (o un fantasma) que, aunque estuvo encima de mí, percutiendo en mis ingles como un martillo automático, siempre fue un absurdo. No fue la frivolidad, sino la credulidad quien me llevó a esta situación. No obstante, quiero acabar con tanta mandanga, aunque las prisas me priven de la protesta debida. Defenderse es tontería cuando la gilipollez lo anega todo, ¿no? Me duele mi fragilidad. Perdida la fe, qué queda: ¿Respirar? Pero respirar no es vivir. Qué pringada, terminar así. Echo la vista atrás y lloró. Aunque la vida siga, llorar evita preguntas. Además, para qué desnudar un santo y vestir otro. O sea, para qué caer en brazos de otro cabrón. Mejor llorar, y, a continuación, adormecerme saboreando de nuevo toda la jamaicaaaaaaaa posible, el mejor gps del callejón sin salida que es mi vida. Entre tanta mierda, qué difícil olvidar haber amado sin ser amada. Pero él fue mi primer amor. O siendo realista, mi primer polvo. Cómo olvidarlo. Además lo que no mata engorda, Y engordé. No, no en ese sentido, gracias a Dios. Engordé historia tras historia, para más señas, todas colmadas de amor. Las engordé mintiéndome, como hacen los escritores. De lo ruin, hice belleza, del asco, cópula, de la cópula, amor (incluso, a cuatro patas, sí), del amor, sueños, de los sueños, vida… En definitiva, levanté mi hiroshima y construí mi holocausto. “Carne fresquita, carne mía”, decía el muy cabrón que peinaba canas a ambos lados de la nuca y las orejas. Pero no quiero hacerme pajas con ese pasado mío, lleno de cochinadas. Cochinadas (que llamé amor) en los lóbulos de las orejas, por la saliva de los labios, en las cuevas de las axilas, sobre la fresa de los pezones y, ante todo, dentro de la brecha oculta. No, no quiero hacerlas, no por la acerada cuchilla de la traición, sino porque no soporto la putrefacción. La putrefacción de los sueños imposibles y su capacidad para distraerse uno mismo. Por eso, ahora lo único que persigo es llenarme la barriga y calentar la cama. Es decir, munición para vivir sin Él.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario