lunes, 17 de julio de 2017

LO ÚLTIMO DE ESPIDO: LLAMADME ALEJANDRA


LLAMADME ALEJANDRA, de ESPIDO FREIRE

En determinados momentos de la Historia aparecen personajes que son más grandes que la Historia misma. Da lo mismo cual sea el origen de esa “grandeza”. Y, también, si ésta es consecuencia de unos actos o si, por el contrario, deriva del hecho de que el personaje acabe convertido en causa. Ni siquiera importa su signo (positivo o negativo), lo que importa es su impacto definitivo, su halo de atracción en la posteridad.


Alix, la princesa alemana (además de nieta de la reina Victoria de Inglaterra) que casó con el zar Nicolás II (elevado a los altares por el cine y la literatura: pienso en Doctor Zhivago, por ejemplo) es uno de esos personajes tocados por la “grandeza” que va más allá de la Historia. No por el hecho de haberse convertido, a lo largo de su existencia, en un río permanente de rumores jamás acallados incluso después de su asesinato (¿supervivencia de su hija Anastasia?), sino porque Alix o Alejandra Feodorovna atesoró una “grandeza” que supera el curso de la Historia. Tal vez porque fue una mujer de múltiples contrastes: alemana y rusa en un mundo enfrentado, fuerte y débil en una sociedad férreamente ordenada, utópica y reflexiva o altanera y cohibida a pesar de estar destinada a reinar y, finalmente, acabar como zarina de Rusia, religiosa y crédula (Rasputín al fondo)... Todo ellos, contrastes sorprendentes al ritmo de las circunstancias. Unas circunstancias que abarcaron, entre otros aspectos animadversión familiar (María Feodorovna y bastantes Romanov), frustración personal (cinco embarazos antes de conseguir el deseado primogénito), mala fortuna (portadora de hemofilia), frustración histórica (revolución bolchevique)... cerradas además con un broche trágico después de mil sufrimientos y sinsabores.

Alix que había nacido para la gloria y los cuentos de hadas que siempre solían envolver a los miembros de la realeza, acabó siendo todo un crisol de la desdicha. Una alfa y omega desde varios puntos de vista que, además, estuvieron siempre en permanente discordancia (lo que pudo ser frente a lo que fue, lo que se esperaba de ella frente a lo que jamás pudo cumplir, por ejemplo). En definitiva, una mujer de múltiples aristas y reflejos, capaz de integrar en su seno el arco que va desde lo político y lo social hasta la más secreta intimidad. Pueden servir de ejemplo su fe religiosa frente a la sugestión por Rasputín o su capacidad reflexiva pese a la oscuridad de su destino. Una mujer pluriforme a lo largo de 24 años de reinado, vividos con un ritmo de insatisfacción permanente y segados por un final trágico.

Espido Freire que nunca ha sido ajena a este tipo de personajes tocados por la grandeza ( Por vos nací, Teresa de Jesús. Querida Jane. Querida Charlotte. Jane Austen y hermanas Brontë, La flor del Norte. Kristina, princesa noruega y mujer a la fuerza del hermano de Alfonso X el Sabio), no podía dejar de lado a Alejandra Feodorovna, la última zarina rusa. Tal vez porque en la exploración narrativa que lleva a cabo deja de forma clara la “grandeza” que rodeó a Alejandra desde una concepción próxima al héroe hasta la mayor infravaloración de un ser humano como persona.

Alejandra, la narradora/protagonista de Llamadme Alejandra, mediante el uso técnico del flahs-back que tanto aleja del momento presente desde el que arranca la historia (atroz fusilamiento del zar y su familia), se adentra en un pasado lleno de intensidad y sobre todo plural, amén de propenso a bifurcaciones menores que, sin embargo, son siempre significativas. Un pasado denso y cuajado de sugerencias porque, con habilidad narrativa, la rememoración es llevada a cabo por Espido Freire en primera persona. Una primera persona que posibilita, junto a la proximidad para con el lector, una veracidad tan real como la vida misma dado su carácter de “confesión”. Una proximidad y confesión que permiten profundizar en situaciones, siempre portadoras de un máximo en las experiencias que van desde los vericuetos de la realidad a los intersticios de la intimidad de quien protagoniza la historia al tiempo que también la narra.

Con esta “confesión” de Alejandra (que Espido Freire deja caer al ritmo de los recuerdos) lo que en verdad se logra es el alejamiento del dolor que desprende la situación (y sin duda, su presentido final) que, tal vez, hubiese caído hacia lo sentimental. Un alejamiento perfecto al tiempo que, gracias a él, se accede a la Historia con mayúsculas de la realeza europea y de los países en los que esa reina (Inglaterra, Alemania, Rusia), caminando por sus principales acontecimientos (I Guerra Mundial, revolución bolchevique...), a la vez que manifiesta también la diferencia de costumbres europeas (mundo femenino, con su sumisión al varón, especialmente) o los adelantos técnicos (ferrocarril, telégrafo...) sin perder de vista, por supuesto, la historia íntima como elemento centrífugo, centrado en el amor entre Niki y Alix y su convivencia en familia, tan llena de ilusiones y desventuras. Es decir, la macrohistoria y la microhistoria sin desdeñar la importancia de lo hogareño aparentemente sin trascendencia. Y, junto a todo ello, también Espido Freire da cabida a la historia literaria de la época, a la pintura y a la moda (fin del XIX y comienzos del XX) al compás del aprendizaje individual de Alix desde su compromiso con Nicolás II, pasando por su reinado antes de llegar al desenlace de su fusilamiento. Se entiende, por tanto la advertencia de “El ser humano, si lo sostiene la fe puede superarlo todo” (pág. 11) que casi prologa la narración.


Sí, Alejandra Feodorovna acaba siendo un personaje que se construye continuamente ante el lector mostrando esa “grandeza” que la convierte en personaje sugestivo, al menos para las generaciones posteriores. Una construcción que es doble: Desde dentro al mostrar un relato íntimo y desde fuera mediante las acciones envolventes, derivadas de los hechos sociales, que van anunciando su agónica vida y destino. Ello es posible por la buena ejecución del relato que Espìdo Freire lleva acabo a lomos de una Alejandra, princesa y zarina, al final de su vida. O lo que es lo mismo, el dibujo del trayecto que va desde el mundo ordenado (gobierno real) al mundo sin orden o destruido (revolución).
Para ello, además, Espido Freire ejecuta una doble pirueta narrativa que, por contraste, añade mayores perspectivas y más tensión al relato. Es decir, sobre el punto de vista único de Alejandra o la perspectiva sesgada de su narración, Espido superpone la visión plural de testigos (sirvientes de limpieza) y de guardianes y asesinos (informes Yurovsky e informe Rudnev y Girdhich), además de algunos retazos confesionales que proveninen de las cartas de sus hijas, las princesas, de amigos y de servidores. El resultado: una novela sencilla en apariencia pero densa en contenidos, fácil de lectura pero compleja en su construcción. Aspectos que dicen mucho de Espido Freire como narradora, quien, además, sin ahogar al lector, ha sabido volcar numerosos datos y aclimatar numerosos documentos sin notarse. Al final, Llamadme Alejandra acaba siendo un fresco histórico perfectamente comprensible acerca de un momento histórico muy complicado y clave en el devenir histórico del ser humano, sin dejar, por ello, de ahondar en lo cotidiano de la existencia y en las costumbres y hechos que envuelven a esa cotidianidad. Muy interesante esa capacidad narrativa mediante la cual un sólo personaje es capaz de mostrar tal densidad de sucesos históricos desde varias perspectivas de enfoque y acercamiento. Llamadme Alejandra es, sin duda, una trabajada y amena estructura narrativa plagada de ricas perspectivas.

Espido Freire. Llamadme Alejandra. Barcelona, Planeta, 2017. 360 pp. Premio Azorín 2017.


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